La Galicia de Quiroga: «Viento del norte»

 Traída al presente gracias a la Editorial Bamba, Elena Quiroga regresa a la vida a través de Viento del norte, también de Tristura (aunque esta todavía no la he leído). Aunque no estuve del todo convencida cuando vi el libro, terminé por darle la oportunidad, dado que en pocas ocasiones he leído literatura nacional proveniente de Galicia y apenas conocía.

Poco más de 70 años desde que esta novela ganase el Premio Nadal, poco más de 70 años en los que una sociedad se percibe irreconocible, es incomparable. No se trata de una historia romántica, a la vez sí, tampoco de un drama histórico, aunque lo es, ¿qué es lo que sucede con esta novela? Viento del norte tiene todos los puntos para ser, al menos lo que entendía conforme leía, una novela de realismo social, vamos, una crítica a través de la historia de Marcela, la historia de cómo su nacimiento y su propia vida han causado revuelo en un pazo gallego, la historia, a su vez, de Álvaro, señor del pazo cuya vida pasa y pasa sin piedad, cuyo vacío existencial le oprime el pecho y se enamora físicamente de Marcela. Es, también, la historia del pazo gallego de La Sagreira, de sus criados y criadas, sus visitantes, su amo, su pasado, presente y futuro. Viento del norte es drama, romance y desamor, odio, superstición, costumbrismo, Galicia.

En La Sagreira, Marcela es abandonada nada más nacer por su madre, Matutxa, una criada del pazo. Don Álvaro termina adoptándola y es Ermitas, otra criada, quien se hace cargo de ella. Marcela crece con una dichosa mancha tras la oreja, una mancha que pone la piel de gallina a los supersticiosos; crece salvaje, así como la describen, libre en la naturaleza rural. Álvaro se siente consumido por la soledad, por su propia existencia, por los años, es entonces cuando se fija en Marcela y no puede evitar enamorarse de ella, al menos, físicamente. A Marcela acaban complicándole la vida, desde amarrarle esa libertad de la que tanto disfrutó desde niña, hasta ser envidiada y deseada, algo de lo cual se le culpa. La relación de ambos desemboca en un matrimonio infeliz, uno donde Marcela sigue siendo sumisa a quien ve como su amo, donde su libertad es cortada por los lazos de un matrimonio prácticamente obligado, donde Álvaro se siente todavía más solo, incomprendido, donde su enamoramiento y su futuro hijo no han bastado para sacar su mente de esa soledad. El matrimonio es infeliz, algo que se veía venir, Marcela es obligada a casarse y a mantener una posición a la cual no pertenece, porque ella es salvaje, ella es de la huerta y del campo, no como Álvaro, quien pertenece a ese otro escalón social, un hombre de buen corazón, aunque cegado incluso ante sus propios actos.

En cada personaje, se ven rasgos que los identifican muy bien, sobre todo en Ermitas y su tradición tan arraigada. Ermitas, quien se hizo cargo de Marcela en su día, es una mujer ya mayor, con un valor de la responsabilidad inexpugnable. En ocasiones, insiste a Marcela en actuar de tal manera u obedecer con tal de seguir sus principios tradicionales; hay que decir que es la única que lo hace sin idea de dañar a la joven o por envidia, celos y/o lujuria, como sí lo demuestran otros personajes. Ermitas nos recuerda a otra época con otros valores, su comportamiento es tierno y bondadoso, se hace querer, pero también es muy tradicional y sumisa; Ermitas es un personaje único y clave en esta novela.

El pazo y el entorno son otra clave de la novela, tan hostiles, pero tiernos: la sensación de la infancia en ese ambiente rural es tan nostálgica y llena de ternura, que a veces se nos olvida la hostilidad que permanece allí, regida por creencias y prejuicios. El costumbrismo que ha caracterizado durante mucho tiempo las novelas españolas está muy presente: se describen las costumbres sociales del lugar a través de las cuales se realizan críticas que no pasan desapercibidas usando los sentimientos de la propia Marcela, también de los hechos.

Las novelas viejecillas merecen la pena precisamente si se leen con un buen pensamiento crítico desarrollado, se hacen disfrutar teniendo en cuenta tantas diferencias. La Galicia descrita resulta irreconocible, claro, situaciones como las descritas llegaron a ser reales en nuestra historia. El mundo rural fue un lugar cruel y hostil, las supersticiones invaden a cada personaje, la tradición también, provoca sensaciones agobiantes. La de Elena Quiroga merece ser considerada todo un clásico.

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