Todo lo que escribí en cuarentena

 Suena a título de novela contemporánea y, tal vez, dramática. Pero no lo es.

Aunque si fuera una novela tendría una portada algo así:

Durante los meses de encerrona, además de estudiar y de tratar de hacer el día a día lo mejor posible, mi escape fue escribir y escribir y engancharme a alguna serie, como la recién estrenada Valeria, todavía lo recuerdo... 

Habían pasado unas semanas de más de esos solo 15 días (que acabaron siendo unos cuantos solo 15 días más), y la rutina me podía, el encierro también (como prácticamente a más de medio mundo). Tras unos años fuera, la cuarentena me había pillado en bragas, más o menos, estaba recién instalada en casa, sola con mi perro y con la mitad de mis cosas. Cuando no era estudiar, era leer, escribir, ver alguna serie, salir a pasear con el perro durante un límite de tiempo y de distancia que el pobre sintió malamente. Vamos, repetitivo. Por primera vez había descubierto a una de mis futuras escritoras favoritas, Elísabet Benavent, leí la Saga Valeria lo más rápido que pude para el estreno de la serie y estaba terminando el borrador de la segunda parte de mi trilogía. 

Entonces...

Llegó a mi mente una idea. Tal vez fuera el encierro, el cansancio mental extremo que me consumía o las energías que necesitaban agotarse de alguna forma y esta había sido pensando (sobrepensando también, para mi desgracia). Tal vez fuera el conjunto de estas tres y de alguna más lo que me llevó a escribir sin un plan como tal una novela en dos semanas. Una completa locura. ¿Cómo se supone que lo hice? Una historia de cero, sin un plan que supusiera tenerlo todo bien atado, sin una idea de los personajes salvo presentarlos e ir moviendo ficha con cada uno de ellos como me viniera en gana. Solo había experimentado con la escritura dos veces, la primera con la ciencia ficción, la segunda con el drama criminal, y me gustaban bastante, había encontrado mi género literario, o eso creía yo. De repente, un revoltijo entre algo que no podía llamar fantasía porque no lo era, drama y más drama, crimen y personajes cada vez más reales. Doy por hecho que culpo a la autora de En los zapatos de Valeria y a la de La casa de los espíritus por meterme en la mente tanta revolución, tanta posibilidad de escribir y experimentar con la escritura, de presentar personajes con los que ni siquiera yo misma estaba de acuerdo o cuya personalidad distaba mucho de lo que yo solía presentar en mis escritos; se estaban convirtiendo en seres de carne y hueso, solo que imaginarios o invisibles, nunca lo sabremos. 

En contra de todo pronóstico, salió bien el experimento, aunque decidí guardarlo para más adelante, ese más adelante que cuatro años después sigue sin llegar porque necesita muchos vistazos y correcciones como cualquier otro proyecto. Escribir me sacó de esa extraña burbuja de cuatro paredes, virus y situación bizarra que nos tocó vivir.

Todo lo que escribí en cuarentena se reduce a esa novela, a ese borrador que sigue rulando entre carpetas de mi portátil, a las muchas escenas que no pertenecieron a ninguna trama como tal y guardé en Evernote a la espera de poder reciclarlas en el futuro, a la segunda parte de la trilogía y a las tantas listas de Spotify que me dio por reproducir en bucle hasta cansarme.

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