«Un buen año», una película sobre la perspectiva vital
Qué peliculón, qué paisajes, qué historia. Qué TODO. Un buen año, película de Ridley Scott, basada en la novela de Peter Mayle, se estrenaba en 2006 y tenía todas las papeletas para no gustarme dada mi preferencia por otros géneros cinematográficos. Posiblemente, este film lo cambió todo.
Imagen de la cinta Un buen año |
Con un comienzo muy a la americana, con un corredor de bolsa exitoso de Londres, bastante frívolo y dado a un estereotipo que muchas otras películas han presentado: Max Skinner, cuyo apellido me lleva a Los Simpson. Un comienzo que abre paso a un desarrollo en un entorno rural, en un viñedo heredado de su tío en la Provenza.
Ahí empieza lo bueno.
Un drama en el cual se entremezclan sentimientos resurgidos del pasado, de los recuerdos, de ese tío fallecido y ese viñedo que tanto ansía vender. A las emociones se añade ese cambio en el protagonista, esa nueva visión de la vida, aunque le cuesta aceptarla. Es ese punto donde la frivolidad de una vida rápida y ajetreada, aunque exitosa, se torna más cálido gracias al estilo de vida campestre, de la memoria y del amor. Cabe decir que el desarrollo se torna algo duro, a Max le cuesta el cambio, aunque se siente atraído por este.
Entonces, entra otro elemento, el romance: Fanny. Si bien es cierto que el personaje pudo concluir ese desarrollo por sí solo, necesitó de una catapulta que derribase los muros de esa testarudez y frialdad que tanto nos han mostrado en el cine sobre los corredores de bolsa. Fanny, sin querer, se transforma en una especie de ancla para Max, quien parece ser que no tenía suficiente con el viñedo y los muchos recuerdos. Este corredor de bolsa estaba cambiando, aunque muy despacio, se le hacía trabajoso y se empeñaba en mantenerse en su sitio; la cabezonería... ¡Y el miedo! Un cambio tan grande como el que hizo este personaje, implica dejar toda una vida atrás, una estabilidad tanto financiera, como social, en el pasado y arriesgarse a tomar otras posibilidades. Como espectadores, lo vemos fácil y suplicamos que se quede en La Provenza, la cinta nos convence de que ese es su verdadero lugar, pero no hemos visto la otra cara de la moneda, su vida antes de ir allí, solo una pequeña escena, tampoco nos ponemos del todo en sus pies como para imaginarnos el coste de ese cambio, tanto personal y mental, como profesional.
Un buen año es esa película que, gracias al drama, personajes sencillos con una evolución constante, nos devolvería a una infancia ya perdida, a unos recuerdos no tan frescos pero emocionales; provoca una sensación de comodidad perfectamente reflejada en la cantidad de elementos que evocan nostalgia ante ese temor al cambio, en este caso, necesario.
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